Es
posible que el almanaque de nuestro día a día, del quehacer diario,
del que empieza con la salida del sol y termina con el toque de
ánimas, no sea el mismo que el que marca el día de la celebración
de nuestro cumpleaños, ni siquiera del día de nuestra onomástica,
salvo que te bautizaran con el nombre del santo del día en que
naciste. El almanaque que en los pueblos mide como pasan nuestras
vidas, más que nuestros años, va unido a un arroz con patas que se
hace para San Antón o a una bajada a San Sebastián a besar el
dedico al santo para que no te de el garrotillo, a un jueves lardero
para el día de la Candelaria, a una bata de enjablegar sacada de un
baúl para vestirse de máscara, “hay que retorpe que no me
conoces”, a una limosna para el día del Cristo una tarde de un
cuatro de marzo, a una túnica de penitente recién planchada para
una noche de jueves santo, a un toque de cencerros y campanillas para
San Marcos, a una rogativa a la Virgen de Sotuélamos pidiéndole que
llueva un primero de mayo, a una alfombra de tomillos y mejorana en
la calle Contreras para el día del Corpus, pues tres jueves hay en
el año que relucen más que el sol, jueves Santo, Corpus Christi y
el día de la Ascensión, a un acuerdo mediante un apretón de manos,
a modo de contrato, para el día de san Pedro o a un trozo de rosca
de caridad para san Antonio, a un escapulario que te ponían de chico
el día de la Virgen del Carmen para que no te ahogaras en una
alberca, a un montón de trigo par aventar en las eras con los
remolinos de Santiago, a un enjalbriego del cinto para la feria, pues
estaba puerco el del último verano, a unas luminarias de un 14 de
septiembre y unos alpargates para cumplir aquella promesa de ir
andando a Cortes y no enfadar a la Virgen, a un cesto de rosa para
Santa Teresa dando voz al refrán de “santa Teresa rosa en mesa”,
a unas mariposas en aceite para que las ánimas no penen en el mes de
los santos y dejen tranquilos a los del más acá y a una palilla de
tortas de chicharra hechas con la manteca del gorrino que se
sacrificó llegando los primeros fríos del invierno pasando el día
de la Pura.
Asi
es nuestro ciclo vital, el que año tras año se repite -no con hojas
del calendario, ni cumpleaños-, sino mediante celebraciones,
costumbres y tradiciones que van pasando de padres a hijos y de
madres a hijas, sucediéndose las mismas desde tiempo inmemorial, tal
como un día lo hicieron nuestros antepasados, y así desde 1564 la
procesión del Corpus se viene celebrando por las mismas calles de
nuestro pueblo, desde la iglesia a la Plaza, pasando por la calle
Contreras y Mayor hasta calle Santa Catalina, finalizando la misma
cuando accede el cortejo por la puerta del Sol.
Es
el mismo espacio con el mismo olor a mejorana y tomillo, los mismos
altares en los mismos lugares, e incluso la misma colcha sacada del
arca, heredada y colgada en los herrajes del balcón, que repite
escena año tras año. Solo es el tiempo el que ha pasado, el que ha
mudado las distintas generaciones en las calles para acompañar el
cortejo, pero en la esencia la costumbre y tradición se mantienen
igual que hace más cuatrocientos años.
-Calle Mayor, El Bonillo- |
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