domingo, 26 de mayo de 2013

Frio y navajas de Albacete

-Artículo publicado en el Boletín de Noticias de El Bonillo, mayo 2013-

Frio y llanura; laderas rasas.
Frío y navajas de Albacete…
Trigales inmensos; caminos; Don Quijote y Sancho.
Y la vertiginosidad del expreso,…”

El escritor, ensayista y crítico literario José Martínez Ruiz, más conocido por el seudónimo de Azorín, no pudo evitar describir el frío de nuestra tierra mediante los citados versos a su paso por la capital en dirección a Alicante, camino de su pueblo, Monóvar.

El frío de la Mancha lo percibió cruzando la llanura montado en un tren, pues ni siquiera tuvo que bajar a la estación para definir en unas bellas metáforas, cortantes como navajas, la gélida atmósfera que llegaba hasta sus huesos. A Azorín no le hizo falta ni pisar el terruño manchego para transmitir aquella fría sensación que percibía montado en el expreso, en una tierra de paso y soledades.

El frío de nuestra tierra es compañero del viajero azoriniano, del que pasa y no se queda, es tarjeta de visita de quien en ella permanece.

Ramón que frío hizo aquel mes de febrero”, me comentaban en el pueblo, “veinticinco días estuvimos haciendo monte en Pinilla y veinticinco hielos cayeron,uno tras otro, los veinticinco días seguidos bajábamos y subíamos andando, al lado de la galera, para no quedarnos helados”. Entonces se aprovechaba los meses de invierno para cortar la madera de las sabinas, limpiarla a golpe de hacha y carearla a base de azuela, pues la misma serviría una vez curada, cuando mejorase el tiempo, para hacer tijeras, cabrios y lata, y formar el armazón de la cubierta de la casa.

Mientras Azorín acusaba el frío de la llanura encogido en el gélido vagón de un expreso, a 70 kilómetros de la capital resonaba en las escuelas de San Antón la lectura de alguno de sus textos, que de niños entonábamos siguiendo al unísono el puntero del maestro. A la salida de clase, por la tarde, embutidos en un buzo de lana gris, mientras merendábamos pan con agua y azúcar, o pan con chocolate de la marca del Cristo, o aquel “Tulicren” de tres gustos que no necesitaba frío alguno por la grasa que llevaba, apuntábamos con bolas de nieve los chupitos de hielo que en febrero pendían de las canales, pues en nuestro pueblo de nunca ha servido lo de que “en febrero busca la sombra el perro”, ya que hiela y nieva hasta en el mismísimo mes de mayo.

Son los versos del poeta Enrique Játiva los que vuelven romas aquellas heladas cortantes como navajas, que ni las cabañuelas preveían. Su lectura reconforta y aviva el rescoldo de los que un día partimos de nuestra fría tierra.

Las mortecinas ascuas del sogato
languidecen envueltas en ceniza.
Junto al fuego, hecho rosca, duerme el gato”.1

Chupitos en El Bonillo (Foto Antonio E. Fernández Chillerón)


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