En
el año 1711 ya existía una importante botica en el
pueblo, la misma era regentada por el boticario don Juan Alvarez,
donde se dispensaba un gran número de preparados y recetas: aceites,
purgantes, elixires, emplastos, gomas, sales, trociscos, unguentos
etc. además contaba con una notable biblioteca, entre sus volúmenes
se encontraban obras de farmacopea y ciencias experimentales, un
curso químico del francés Nicolas Lemery, Boticario Real, y varios
tratados de farmacopea Valentina y de Leache.
Para el año 1752, en el Catastro del
Marqués de la Ensenada, figuran dos boticas en el pueblo,
las cuales eran regentadas por boticarios aprobados: don Diego Ruiz
Melgarejo, al que se le regulaba de utilidad anual 9000 reales, y don
Juan Francisco Ramirez al que se le regulaba 6500 reales, -un maestro
herrero, de obras o carretero cobraba cinco reales diarios-, ¡como
para ponerse malo!
En
el año 1876 en
el diario “El Imparcial” se anunciaba que en la botica de El
Bonillo, propiedad de don Calixto Grueso, se expedía Café Nervino
Medicinal, de receta arabe, y siete años después, el día primero
de octubre de 1883, en ese mismo diario se anunciaba la venta de la
botica del pueblo. Se enajenaba al contado por tener que ausentarse
su dueño; el precio equivalía a la caja del despacho anual, 6000 de
las antiguas pesetas, 24000 reales, unos 36 euros. Para mayor
información los compradores debían de dirigirse a un tal Miguel
Muñoz, y así en agosto de 1890 ya figura como licenciado de la
misma don Daniel Céspedes, que precisaba de regente para atenderla.
A principios del siglo XX la botica
se localizaba en la calle Contreras, en la esquina opuesta a la fonda
de Santiago -antigua fonda de la Gabina-, y era regentada por la
familia Aparicio, por un tío de Candida Aparicio, “las médicas”.
Desconozco hasta que año la regentó, pues para marzo de 1910, en el
diario “El Siglo Futuro”, se ofrecía la vacante de plaza de
farmaceútico titular de El Bonillo con sueldo anual de 750 pesetas,
y para el año 1913 figura como titular de la farmacia el licenciado
D. Martín Calero Carpintero, que cursó estudios de Farmacia en la
Universidad de Madrid, estableciéndo el despacho en la calle de La
Magdalena, en el mismo lugar que se encuentra ubicada en la
actualidad.
Don Martín no tuvo hijos y regentó
la farmacia hasta el año 1958. Cuando viajaba en el “Terne” a la
capital reservaba -el día de antes- el primer asiento y dada las
características de su trabajo, que le permitía no tener que
madrugar, comentaba a mi suegro -que era el conductor del autobus-
“Cortes: los únicos días que veo salir el sol es cuando voy a
Albacete”.
Don Martín, rodeado del botamen de
farmacia, entre frascos, botes, pipetas, morteros y recipientes,
elaboraba unguentos, aceites, comprimidos, alcoholes, bálsamos, etc.
para su distinguida clientela. Escribía don Enrique Játiva, con ese
humor manchego que le caracterizaba, que un día se presentó en la
farmacia una criada a la que le había pegado su novio unas
“purgaciones” y cuando dió la receta del médico para que le
despachara el boticario, dijo “son pa mi señorita, sabe usted”,
y don Martin se quedó haciendo cruces.
En los años 50 en la placeta de La
Pura se abrió una nueva farmacia en el pueblo, la de don Joaquín
Utrilla, que estuvo funcionando hasta la década de los años 70 del
pasado siglo, pero esa es otra historia.
|
Martin Calero Carpintero |
Y fue en el año 1958 cuando don José
Martínez García, sobrino nieto de don Martin, se hizo cargo de la
farmacia de la calle Magdalena. Casado con doña Petra, también
farmacéutica, atendieron la farmacia durante medio siglo, hasta el
año 2008, año en el que don José se jubiló, dedicando toda su
vida -con pasión- al mundo de la farmacia. En esos cincuenta años
don José fue testigo de cómo los medicamentos dejaron de elaborarse
manualmente, llegando éstos envasados, listos para dispensarse. Y
los antiguos albarelos quedaron de adorno en los estantes de la
farmacia, multiplicándose en los indiscretos espejos que franquean
la zona de despacho. Y detrás de los espejos, en la rebotica, María
Gloria Fernández -auxiliar de la farmacia durante más de 35 años-,
entre despacho y despacho, daba rienda suelta a su imaginación
escribiendo bellos y entrañables poemas.
Tras la jubilación de don José ha
sido el menor de sus hijos, Luis Alberto, el que ha asumido la
titularidad de la farmacia de la calle Magdalena, y en este año 2013
solo queda felicitarlo por el centenario aniversario. Luis Aberto
¡felicidades! te va a tocar pagar una ronda, mejor de quina que de
aspirinas.